lunes, 2 de marzo de 2009

NIEVE













Pues sí, resulta que puedo escribir antes de lo que esperaba porque (ta chan ta chaaaan) hoy no he ido a trabajar a causa de la nieve. Cuando me levanté por la mañana estaba todo blanco, y nevando sin parar, y se anunciaba una tormenta de nieve para esta tarde (que de momento no ha sido tan grave). Así que, para ir no habría habido problema, lo jodido era volver si realmente caían las 10 pulgadas anunciadas, porque entonces los trenes que salen de Manhattan, como el mío y que no van por bajo tierra cierran el chiringuito y a ver cómo habría vuelto yo a mi casita! De hecho, hablé con mi supervisora, que vive en el Bronx y es de aquí de toda la vida, y no pensaba ir porque no se fiaba, así que yo menos. Entonces, trasteando por la página de la MTA (algo así como nuestra EMT) he encontrado cosas fascinantes sobre el metro de NY (que por cierto tiene más de 100 años, y por el aspecto no es de extrañar), como antiguas estaciones abandonadas, vías fantasma en desuso, etc., cosas que, como bien sabe mi R mayor, me fascinan. Ya os contaré si logro avistar alguno de estos lugares misteriosos (al parecer una de las estaciones abandonadas fue la joya de la corona antiguamente, con una decoración y un aspecto distinto a todas las demás, y por las fotos que he visto es realmente preciosa, pese a que lleva como 50 años abandonada...), lo cual es difícil pero hay truquillos (legales, por supuesto) para conseguir un vistazo rápido.
Pero bueno, lo prometido es deuda, así que os voy a contar mi primera experiencia con el Laundromat. Para los que no veis películas, resulta que en Nueva York (y creo que en otras ciudades también) la gente no tiene lavadoras en casa, sino que coge su ropa y su detergente y se va a lavanderías, donde metes dineros en las lavadoras y secadoras que te apañan la ropa, mientras tú te quedas sentado leyendo o autohipnotizándote con las vueltas de la máquina. Incomprensible, lo sé, pero así es, por lo que me tocó meter mi ropa en bolsas, ya separada por blanca y de color, coger el detergente que me había comprado y el suavizante y encaminarme hacia uno de estos (para mí) misteriosos lugares. Menos mal que mis roomates son encantadores y me hicieron una explicación (con croquis incluido) de cómo funcionaba el proceso. Así que, para allá me fui, con un carrito que me prestaron y sintiéndome de lo más ridículo, saliendo a la calle con ropa y detergente. Cuando llegas allí, lo primero que tienes que hacer es cambiar dinero, porque las máquinas sólo acpetan monedas de 25 centavos (quarters). Metes la ropa (eligiendo el tamaño de lavadora que quieres usar, porque hay unas que cabría toda la ropa de un día de comuniones en la Granja), pones detergente y suavizante y, para ponerla en marcha, pones las monedas en unas ranuras, empujas la palanca (sabéis las mesas de billar, que ponías las monedas de 20 duros y empujabas la planaca hacia adentro? Pues igual.) y hala, a lavar. Afortunadamente no se cumplieron mis fantasías (sacadas de películas también) de litros de espuma desbordándose y extendiéndose por todo el local, y el lavado terminó sin incidentes. Luego la secadora. De nuevo metes quarters, uno para empezar. Cuando termina, si todavía está mojada, pones otro, y así sucesivamente. Ahí ya no me fue tan bien la cosa: me habían psicotizado con lo de la temperatura, que si la ponía al máximo la ropa le acabaría valiendo al perro (una mezcla de chihuahua), con lo cual, evidentemente, me quedé corta, y acabé metiendo como 1,50 dólares en monedas de 25, o sea unas 6 tandas. Pero en fin, no hubo que lamentar bajas, y, voilà, tenía ropa limpia (por fin, realmente me estaba quedando ya sin, aunque me llevé casi todo lo que tengo). Así que el Laundromat, dominado.
Y ya me queda por contar el sábado. Fuimos a Chinatown, como me había propuesto. Impresionante. La carne de extraños animales colgada en los escaparates de las tiendas, los puestos de verdura en los que lo único que sabes lo que es son los cestos, la gente hablando a toda pastilla en un idioma incomprensible... Fascinante. Nos abordaron 3 de estos que te quieren vender bolsos y relojes, y te llevan a sótanos siniestros, pero automáticamente decíamos que no, que thank you, pero que no. Luego lo pensamos mejor, pensamos que era una experiencia imprescindible y decidimos decir que sí al siguiente que nos abordara. Evidentemente nadie más nos preguntó. Hacía bastante frío y viento, y estábamos muertos de hambre, así que nos encaminamos para Lomardi's, archifamosa pizzeria de Little Italy, tan famosa que había cola rodenado media manzana. A tomar por culo Lombardi's pues, y elegimos en mi fantástica guía otra pizzería, del Village, que estaba relativamente cerca y la ponían como buena, bonita y barata. Alguna pega tenía que tener, claro: no abría hasta las 4 de la tarde, y eran las 3 menos 10, con un frío que pelaba. Pero como ya nos habíamos encaprichado, nos metimos en un Starbuck's pa hacer tiempo y finalmente pudimos comer Arturo's Coal Oven Pizza. Buenísima, compartimos una pequeña, del tamaño de una rueda de molino aproximadamente (no llegué a ver ninguna grande, supongo que tendrán que desalojar el local cuando alguien la pide). Pena no haber hecho foto de la pizza, pero el hambre apretaba demasiado y ni lo pensamos, hasta que quedaba sólo un trozo. El sitio realmente chulo, con el consabido baño unisex con bañera incluida, música de piano en directo, ambiente de restaurante antiguo y famoso lleno de fotos autografiadas en las paredes, etc. Véanse fotos 4 y 5.
Ya después de comer decidimos dejar lo de los bolsos para otro día (queda pendiente por tanto el tour a la mercancía ilegal de Chinatown) y irnos a casa a descansar un rato, porque habíamos quedado para salir por la noche (a las 8 y media!), con los puertorriquños y dominicanos de la otra vez. Quedamos en un "restaurante" en Times Square llamado Dallas BBQ, una especie de Foster's Hollywood pero a lo bruto. Dado que estaba todavía super-inflada de la pizza, no comí nada, pero algunos de los demás sí. Qué comida, madre del amor hermoso. Con deciros que las ensaladas eran de Steak y pollo frito, ya os lo digo todo. Pero en realidad, el atractivo del sitio son los "frozen Margaritas", o sea, pillar un pedo por poco dinero. De hecho, creo que es la única bebida que venden. Mu bueno, margarita con sabor a mango bebí. Había 2 tamaños: "regular", y "Texas size". Empezamos por uno regular, por si acaso, y cuando llevaba la mitad del Texas de después, ya iba cocida. Bien, porque así ya no hace falta beber en la discoteca, que te cobran un riñón y parte del otro. Cuando ya estábamos todos borrachos (a las 11 de la noche), nos fuimos a bailar, a un sitio que me encantó, con música latina, algo de rock, algo de electrónica también, en fin, superchulo. A las 4 y media plegamos, porque a uno le tocaba currar el domingo (no sé con qué cara iría, yo sobé hasta la una, dado que mi querido tren 7 siempre retrasa la llegada a casa un buen rato más de lo estrictamente necesrio). Y ya el domingo día de resaca-recuperación (aunque, believe it or not, como no se puede fumar dentro de los sitios, la resaca es muy light porque no tienes la doble resaca del humo).
Hala, ya está bien por hoy, me voy a la camita para poderme enfrentar a las inclemencias del tiempo mañana (ya no hay tormenta de nieve anunciada, pero sí unos 11º bajo cero). Besos!

1 comentario:

  1. Esto hay que recolpilarlo en un mega-glob, editarlo y a vivir del cuento moruno.
    Estamos asistiendo a nuevas rutas abiertas por explorador@s más desconocidos que las rutas, y además con rasgos psicoanalíticos del entorno.
    Todavía falta Washingtong(Buasinton-siti-dece).
    Un triunfo ovacional.

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